Por Herman Schiller* , nota aparecida en la sección "Cartas" del diario "Crítica" el 15-1-10
Después de treinta años de participar en sus luchas y contradicciones, Hebe Bonafini decidió echarme de su lado. Ocurrió en febrero de 2007. Mi delito, según ella, había sido “llevar enemigos del gobierno, como los trotskistas y otros” a las actividades masivas que coordinaba en la Universidad de Madres. Pero, en realidad, no era así. Aunque no lo parezca, no soy un provocador y, más allá de la dramática voltereta actual de la histórica líder de Madres de Plaza de Mayo, me limitaba en ese ámbito a coordinar debates sobre la situación nacional e internacional, donde muchas veces polemizaban partidarios del kirchnerismo y sus adversarios del campo popular. Nunca hubo allí una sola opinión, ni siquiera cuando un referente de los jubilados cuestionó la política previsional de las autoridades. Pero no había caso. Hebe es partidaria del pensamiento único (y yo he sido uno de los grandes culpables de haber sido condescendiente durante muchos años con ese pensamiento único, porque, como se sabe, a los revolucionarios no se los discute) y aquellos debates --pluralistas, críticos, controversiales-- fueron considerados por ella como una “afrenta a las Madres”. Y yo resulté una suerte de “traidor”.
Me volvió a la memoria este episodio cuando el 1º de diciembre último leí (en Página 12) la respuesta de la Asociación de Familiares de Desaparecidos Judíos en Argentina (“Ninguno es iluso”) a mi nota del 27 de noviembre que, también en Página 12, planteaba una posición crítica frente a la actitud genuflexa y cómplice con la dictadura militar del judaísmo oficial. Esa respuesta de los familiares, escrita con mucha cautela y sobriedad, dice que mi enfrentamiento a la dictadura no me da “licencia a tratarnos con desprecio”.
Una y otra vez releí mi nota (“El judaísmo oficial, la dictadura y el Pirkei Avot”) y, por más esfuerzos que hice, no encontré nada que pudiera ser considerado un “desprecio” a los familiares. Y mi conclusión es que así como Hebe arguye que tomar distancias del kirchnerismo constituye algo así como un insulto a las Madres, parecería que este grupo de familiares judíos considera que criticar a los dirigentes de la DAIA es lo mismo que criticarlos a ellos.
Y esta identificación me llenó de dolor y angustia, porque si bien es cierto que no tenemos la misma filosofía política para evaluar la coyuntura, siempre consideré a Brodsky, Wainstein y demás integrantes de esa Asociación no sólo como compañeros a quienes quiero mucho y con los que compartí en el pasado tantas luchas y sinsabores, sino también partícipes de mi propia trinchera.
Por eso, si el misil hubiera venido del judaísmo oficial (Amia, Daia o embajada israelí), mi reacción hubiera sido inmediata. Así tardé un mes para poder mentalizarme.
Aunque en realidad la mejor respuesta no se la dí yo, sino el propio “establishment” judío que, apenas dos semanas después, el 15 de diciembre, mostró en realidad quién es el verdadero “despreciador”. Concretamente me refiero al almuerzo que la B ’Nai Brith (uno de los epicentros gravitantes de la comunidad judía argentina) le ofreció a Abel Posse, quien, obviamente, como lo ha hecho en otros lados y oportunidades antes de que la movilización popular lo obligara a renunciar, reivindicó allí la “lucha antisubversiva” del régimen militar y la necesidad de “reconciliación”. O sea, que se terminen los juicios a los genocidas.
De todos modos, debe admitirse que se trata de una polémica nada fácil. Hay dos posiciones muy polarizadas: una, la del judaísmo oficial, que dice que “hicimos todo lo que pudimos y salvamos muchas vidas”. La otra responde que “ustedes apoyaron a la dictadura y fueron cómplices de las masacres con la venta de armas israelíes”.
¿Quién tiene razón? Lo significativo es que en la propia esfera de la comunidad judía se estaba comenzando a conocer la verdad. Fue cuando la DAIA , en uno de sus contradictorios arranques, le encargó al Centro de Estudios Sociales (CES) que investigue lo ocurrido con los judíos en aquella etapa. Pero ocurrió que la entonces directora de ese Centro, la licenciada Beatriz Gurevich, se tomó el trabajo en serio, con un gran sentido académico, e inicio su tarea con la grabación de centenares de casetes, que en su mayoría incluían declaraciones de familiares de detenidos-desaparecidos judíos de todas las tendencias, donde --estoy convencido-- quedaba plenamente demostrado el comportamiento real de la dirección judía en esos años.
¿Qué pasó con la investigación? De pronto los casetes desaparecieron como tragados por la tierra. Al principio dijeron que se habían perdido (igual como había pasado con los famosos casetes con testimonios sobre la masacre de la Amia que la Side “perdió”) y, finalmente, ante el crecimiento del escándalo, aseguraron que “estaban en Israel”.
Ya señalé en otras ocasiones que, durante mi visita a Israel en 1999 después que testimonié ante el juez Baltasar Garzón en Madrid, en un acto público llevado a cabo en “Tzavta” de Tel Aviv, dos integrantes del ala izq' del laborismo, Iosi Sarid y Amnón Rubinstein, denunciaron “el papel nefasta de los diferentes gobiernos israelíes como cómplices de las peores dictaduras latinoamericanas y del apartheid sudafricano”. Y Sarid agregó: “Israel debería pedir perdón a todos los familiares de las víctimas de esos regímenes sangrientos”.
Que yo sepa no se conoce ningún pedido público de perdón. Sólo prevalece una feroz campaña de autoblanqueo.
A esta altura quiero volver a puntualizar una vez más algo antes de seguir adelante: no estoy tratando de levantar mi persona y de disminuir todo lo que esté enfrente. No es que en esa época yo era bueno y el grueso de la comunidad judía malo --a lo mejor, y seguramente, debe haber sido al revés, porque no puedo ni debo omitir que cometí muchísimos y gruesos errores--, sino que se trataba de los criterios filosóficos e ideológicos, absolutamente antagónicos, con los que se tomó el asunto desde el principio: para mí los desaparecidos eran mis compañeros de lucha, muchos de ellos combatientes de las organizaciones armadas populares, mientras que para el judaísmo oficial eran terroristas que estaban en la vereda de enfrente. Esto lo subrayo con la voz más alta que tengo para destacar de nuevo el oportunismo de los que hoy, tardíamente, pretenden subirse a la cresta de la ola de moda de los “derechos humanos”.
En aquellos días de horror, casi la totalidad de liderazgo judeoargentino descalificaba a los desaparecidos con la clásica muletilla del sionismo de derecha: “Se trata de judíos antiisraelíes asimilados”. Hoy les respondo que todos los judíos detenidos-desaparecidos (hasta ahora se llevan contabilizados alrededor de 2.000), que entregaron su vida generosamente, y aunque no lo supieran o dijeran lo contrario, estaban para mí infinitamente más cerca de las utopías de justicia social de los profetas del antiguo Israel, como Amós o Isaías, que de los reaccionarios burgueses que desde añares vienen conduciendo las riendas institucionales judeoargentinas.
Hace pocas semanas murió en Polonia Marek Edelman, que a los veinte años había sido uno de los comandantes de la rebelión del gueto de Varsovia. Sin duda, un héroe del pueblo judío. Edelman, sin embargo, era muy despreciado por buena parte del judaísmo oficial porque había decidido no hacer “aliá” (emigrar a Israel) y se quedó en su país para luchar por el socialismo y contra el stalinismo.
Tiempo atrás había estado en Buenos Aires. Y durante una conferencia pública, Nora Cortiñas le preguntó qué opinaba del papel negativo cumplido por la Daia y otros dirigentes de la comunidad judía durante la dictadura. Marek Edelman hablaba en ídish y el que hacía las veces de traductor, no le tradujo la pregunta de Nora. Protesté y exigí que se le transmitiera la inquietud de una de las más conocidas referentes de la lucha por los derechos humanos en la Argentina. Pero no hubo caso y la reunión fue levantada, porque sabían muy bien que el comandante habría dado la respuesta adecuada, poniéndolos patas para arriba.
Fuente: Diario Critica http://criticadigital.com/tapaedicion/diario677web____.pdf
* Periodista, fundó en 1977 el semanario judeo-argentino "Nueva Presencia" unico medio periodistico en denunciar las violaciones a los Derechos Humanos durante la dictadura.
Actualmente conduce"Leña al fuego"que desde 1999 se emite por Radio de la Ciudad.
En 2000 ingresó como docente en la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo para dictar Historia del Movimiento Obrero y en 2007 fue despedido por Hebe de Bonafini por tener una actitud crítica hacia el presidente Néstor Kirchner.
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