Esta que les voy a contar es la historia de un chico de barrio, de Norberto, mi hermano, Beto como yo le decía. Es un relato corto, tan corto como fue su vida. Norberto nació en un barrio de la zona sur de la ciudad de Buenos Aires, justo donde Boedo termina y comienza Parque Patricios. Allí vivió siempre, hasta que un día se lo llevaron. No puedo saber de dónde, ni a qué hora, ni quiénes, ni por qué. Como tantos otros, un día no estuvo más. Esa condición no tenía nombre, no estaba muerto, ni en ningún lado, con el tiempo se dijo que estaba desaparecido. Con el tiempo supe que eran miles los que habían pasado por el mismo horror. Con el tiempo comprendí que nunca más iba a volver a verlo. Aunque les voy a contar una historia triste, tiene un comienzo muy hermoso.
Al nacer, Norberto recibió el cariño de toda nuestra familia. Su llegada fue aguardada con enorme alegría. Nuestros padres, nuestros abuelos y hasta algunos bisabuelos lo esperaban. Era un bebé maravilloso, casi perfecto, sonreía, crecía sano y gordito. Tenía ojos marrones y cabello rubio. Era el primer hijo de una familia muy trabajadora de clase media. Nuestra mamá, Lydia, era ama de casa, y papá tenía dos empleos, trabajaba en un banco y, además, los fines de semana era referí de fútbol. Mamá amamantó a Norberto hasta que tuvo un año y medio. El bebé creció sano y fuerte; era muy simpático. Nuestros padres estaban felices y orgullosos. Nuestra casa era inmensa, con dos patios, tenía un fondo enorme. En el fondo había árboles muy altos, limoneros, naranjos, plantas con flores, varios gatos y tres gallineros repletos de gallinas y pollitos. En aquella casa, además de nuestros padres, vivían nuestros abuelos maternos y los abuelos de mi mamá, es decir, nuestros bisabuelos.
Cuando Beto tenía nueve meses lo bautizaron en la Iglesia de San Bartolomé. Lydia, nuestra mamá, era una señora católica muy creyente, que solía ir a misa todos los domingos. Era un ama de casa perfecta, cocinaba maravillosamente, cosía, tejía y hasta sabía bordar. Antes del nacimiento de Norberto, mamá le había hecho a mano toda la ropa para el bebé, inclusive las sábanas de la cunita. Como Bruno, nuestro papá, tenía dos trabajos podía mantener a su familia sin problemas económicos y nos llevaba casi todos los años de vacaciones. Norberto conoció Mar del Plata siendo un niño de tan solo dos años. Allá por mediados de los años 1950, en este país, había trabajo para todos. Los papás se iban todo el día a sus empleos y la mayoría de las mamás se quedaban en casa. Sobre todo en un barrio como el nuestro.
Cuando Norberto aún no había cumplido tres años, mamá quedó embarazada. En pocos meses nacería yo, su hermana, Silvia. Por ese entonces, Norbertito comenzó a ir de tarde a un jardín de infantes que había en la Iglesia de San Bartolomé, a muy pocos metros de casa. Como tenía anginas a repetición, con fiebre muy alta, apenas cumplió tres años lo operaron de la garganta. De todos modos, siempre en invierno tenía anginas, aún en la adolescencia. Cuando yo nací, Beto estaba bastante celoso. Un día, mientras mamá me daba de mamar, se escapó de casa, cruzó la calle solo y fue a comprar un chicle al kiosco de la esquina. Para ese entonces, Norberto tenía solo tres años, qué susto tan grande se llevó mamá. En esos tiempos, Beto hacía muchas travesuras. De enojado que estaba porque tenía celos debido a mi llegada al hogar, estando en la puerta de casa con mamá, una tarde de verano Norberto se peleó con la vecinita de al lado y le pegó. Nuestra madre se enojó mucho, lo retó e inmediatamente después de cenar lo mandó a la cama. Parece que esto a Norberto le afectó tanto que al otro día amaneció con fiebre. Mamá estaba muy preocupada, entonces pensaba "qué pena tanto enojo, si solo había sido una pelea entre nenes".
De a poquito, Norberto y yo nos hicimos amigos. Como era mi hermano mayor me cuidaba, me iba a buscar al jardín de infantes, a la casa de mis amiguitas y se enojaba si yo estaba en la puerta cuando los chicos del barrio jugaban a la pelota en la calle. Por supuesto, Beto jugaba con los demás pibes, como se acostumbraba por entonces, en la calle, de vereda a vereda. Un portón hacía de arco, al otro lo inventaban con 2 pulloveres viejos. Pero la hermanita, es decir yo, no podía estar presente, porque los varones decían malas palabras y las nenas no teníamos que escucharlas.
Nuestra abuela paterna vivía a muy pocas cuadras de casa junto a una tía. La abuela y la tía tenían una perra, Trudy. Beto y yo la llevábamos a correr al Parque Patricios. Trudy era una boxer muy cariñosa, que solo respetaba las órdenes de mi hermano. No se por qué, él era el único que podía llevarla sin correa. La perra lo esperaba en la esquina para cruzar la calle y lo obedecía siempre. Un día, la abuela decidió regalarla, decía que Trudy rompía las plantas, que le daba mucho trabajo y que una familia muy conocida de ella se la había pedido. Aunque nos prometieron llevarnos a visitarla, no volvimos a ver a Trudy. Cuánto lloramos, principalmente yo. Norberto me consolaba diciendo que íbamos a ir a visitarla. No fuimos, pero sabíamos que Trudy estaba bien. La familia a quien la abuela se la regaló le daba mucho cariño.
Por aquellos años, las escuelas no eran mixtas. Había escuelas de varones y otras, de mujeres. Por eso, Norberto y yo no compartimos las aulas. Él iba a la Escuela "República de Entre Ríos", la Escuela Nº 23 del Distrito Escolar 6º, en la calle Boedo 1935. Comenzó a cursar la primaria antes de cumplir los seis años, era el año 1960. Fue al turno tarde hasta 3er grado y en 4º pasó a la mañana. En aquel tiempo, la escuela 23 era de jornada simple. Casi no había escuelas de jornada completa. En esa escuela que era solo para varones, Beto cursó los estudios primarios hasta 7º grado, terminó en 1966. Norberto era un buen alumno, aunque un poco travieso. A veces, lo ponían en penitencia, sobre todo cuando era chiquito, en los primeros grados. En 1º inferior y 1º superior tuvo como maestra a la Srta Edith. La señorita Edith era muy joven, linda y cariñosa. Un día, cuando mi mamá llegó en el horario de salida a buscarlo, Norberto estaba paradito con su valija de cuero marrón en la puerta de la Dirección. Lo habían retado porque le había pegado una patada al vecino de enfrente de casa. Cuánto se enojó mi mamá. Cómo se iba a portar mal en la escuela. Mi madre se puso furiosa y llamó a mi papá al banco para contarle. Ya no me acuerdo bien, pero creo que papá le restó importancia y dijo "son cosas de chicos".
Recuerdo también al maestro de 4º grado, el Sr Orfila. Mi mamá decía que era un docente de excelencia. El Sr. Orfila era un muchacho joven que estudiaba abogacía. Era un maestro muy afectuoso que se encariñó mucho con mi hermano. Cuando llegó el fin de ese año escolar, le regaló el libro Juvenilia con una dedicatoria que decía: "Quiero que lleves con Juvenilia un poco de esa cordialidad y simpatía que intentamos transmitir en un año de amistad escolar. A Norberto Hugo Palermo, con todo mi afecto". Por último, la firma del maestro y el año. Corría entonces el año 1964.
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Norberto Hugo Palermo. |
Desde pequeños, mi hermano y yo fuimos socios del Club Huracán. Chiquín, nuestro abuelo, era un hincha fanático. Norberto no se perdía un solo partido. Iba a la cancha con papá o lo escuchaba por la radio. Cuando Huracán ganaba, el abuelo, esa noche de domingo, nos compraba masitas para festejar. Alrededor del año 1965, se inauguró la pileta en la sede de Huracán. Con Beto pasábamos todas las tardes del verano en el natatorio. Hasta ese momento habíamos ido a la pileta del Parque Patricios, a la colonia, que solo funcionaba por la mañana. En esa época aprendimos a nadar. Norberto tenía un grupo de amigos del barrio con los cuales se encontraba en Huracán. También jugaban a la pelota en la puerta de casa, de vereda a vereda. En aquella época, los chicos y las chicas acostumbrábamos a estar en la calle, jugando a la escondida, andando en bicicleta y los varones jugaban a la pelota. Por la calle pasaban pocos autos y no era para nada peligroso.
Cuando Norberto cumplió 12 años empezó la escuela secundaria, iba a la Escuela Nacional de Comercio Nº 5, en Entre Ríos e Independencia. Beto no se había destacado como alumno muy estudioso en la escuela primaria. Sin embargo, al ingresar a 1er. Año tuvo las mejores notas de todas las divisiones y lo pusieron en el Cuadro de Honor. Mamá desbordaba de alegría. Siempre le había dado mucha importancia a la escolaridad de sus hijos y quería que fuéramos los mejores alumnos. Norberto no se llevó ninguna materia hasta 4º año, estudiaba mucho y sacaba buenas notas.
A partir de la adolescencia comenzamos a ser cada vez más amigos. Éramos muy compañeros, compinches, nos contábamos todos los secretos, nos cuidábamos y nos queríamos muchísimo. En 5º año, Norberto se llevó algunas materias a marzo. Fue un drama para mamá que no podía tolerar algo semejante. Beto comentaba risueño "estas materias no las apruebo hasta los carnavales del 95". No fue así y rindió todo bien, con lo cual a principios de marzo de 1972 se recibió de Perito Mercantil.
A los 15 años ya había empezado a trabajar, como empleado del negocio de un tío. Cuando Norberto terminó la secundaria, con 17 años recién cumplidos, se anotó en la carrera de Psicología, en la vieja Facultad de Filosofía y Letras de la calle Independencia. No estaba muy seguro de su elección y dudaba si prefería estudiar Sociología. Nuestros padres querían que siguiera Ciencias Económicas y no estuvieron de acuerdo con la carrera que Beto había elegido.
Huracán que, por aquel entonces, era un prestigioso equipo de Primera División, en 1973 salió campeón del Torneo Metropolitano. Papá y Norberto viajaron a Rosario para ver el partido entre Rosario Central y Huracán. Qué triunfo! Huracán ganó 5 a 0. Cuando terminó el campeonato, la calle Caseros era una fiesta. Durante una semana, hubo marchas, festejos, con banderas y cánticos. Beto fue todos los días, con papá y alguna vez recuerdo haberlos acompañado.
Mi hermano y yo nos llevábamos cada vez mejor. Éramos dos adolescentes rebeldes de los años 70, escuchábamos a Los Beatles, a Daniel Viglietti, a Joan Manuel Serrat, la Cantata de Santa María de Iquique de Quilapayún. Al mismo tiempo leíamos los libros del Che Guevara. Soñábamos con la revolución socialista, admirábamos a Salvador Allende y durante días y días marchamos por las calles de Buenos Aires para demostrar nuestra solidaridad con el pueblo chileno cuando el 11 de setiembre de 1973 fue el golpe de estado de Augusto Pinochet. Norberto no se dedicó demasiado a estudiar, comenzó a trabajar en la empresa Bunge y Born como cadete.
A los 20 años le tocó entrar al servicio militar. Lo destinaron a la Escuela de Caballería de Campo de Mayo, ingresó en el mes de febrero de 1975. Los dos primeros meses de instrucción fueron durísimos, no salió ni una sola vez del cuartel. Con papá y mamá fuimos varios fines de semana a visitarlo.
Norberto siempre fue un chico bueno, tímido, callado. Era muy lindo, de piel muy blanca, delgado y alto. En el cuartel le encomendaron realizar tareas de oficina, además de estar a las órdenes de un teniente, al que le debía limpiar las botas, cuidar el caballo y obedecer en todo. Después de unos meses de estar haciendo el servicio militar comenzó a salir algunos fines de semana de franco. Me contaba que los militares los trataban muy mal. Durante las noches, en pleno invierno, hacían levantar a todos los soldados conscriptos y sin darles tiempo para vestirse los obligaban a hacer instrucción. Tenían que tirarse en el barro cuerpo a tierra, medio desnudos en un lugar descampado e inhóspito. Yo tenía mucho temor y esperaba ansiosamente el momento en que le dieran la baja, es decir, que terminara el servicio militar. Norberto era tan bueno y educado que el 20 de junio cuando hicieron la Jura de la Bandera, lo nombraron soldado dragoneante. Nuestros padres estuvieron presentes en ese acto.
Cuando llegó el mes de octubre, ya le faltaba muy poco para terminar el servicio militar, por eso Beto salía de franco todos los fines de semana. Siempre los pasaba en casa, en Parque Patricios, ya que seguíamos viviendo donde habíamos nacido. El domingo 12 de octubre de 1975 fue el último día que estuvimos todos juntos. Como durante esa semana, el miércoles 15, era el cumpleaños de mamá, Norberto había pedido un permiso especial en el cuartel para venir ese día a casa. La noche anterior, el martes 14 de octubre, pasadas las 23 horas, las autoridades del cuartel le dijeron que podía irse. Como era tan tarde, Beto pidió quedarse hasta la mañana siguiente, pero según contaron unos soldados que estaban de guardia esa noche, lo obligaron a salir con el pretexto de que el franco ya estaba firmado y que por eso no podía permanecer en el cuartel. Nunca más supimos nada de Norberto. No llegó al cumpleaños de mamá. Jamás pudimos averiguar si realmente salió de Campo de Mayo Nadie lo vio tomar el colectivo.
Beto desapareció cuando apenas tenía 21 años, el 14 de octubre de 1975. Mi mamá se enfermó gravemente en pocos meses y se suicidó ocho años después. Mi padre y yo buscamos a Beto en vano por comisarías, hospitales, pusimos avisos en los diarios, fuimos muchas veces al cuartel. Siempre recibimos la misma respuesta, que de ahí se había ido, que seguramente estaría con alguna novia y que ellos, los militares, iban a colaborar en la búsqueda. Por supuesto que esto no sucedió, nos querían sacar de encima y nos trataban como si fuéramos tontos. Durante muchos meses acudimos con mi padre a juzgados, comisarías, cementerios.
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Norberto con Don Bruno, su padre... |
Tuvimos encuentros con militares que eran conocidos de papá por su trabajo en el banco; sin embargo no logramos ninguna respuesta. Durante mucho tiempo lo esperé, lo busqué, creía verlo por la calle. Me imaginaba que un día iba a volver, que estaba en algún lado, que quizás estaba detenido y lo iban a dejar libre.
Con el paso de los meses, todo empeoró, poco más de cuatro meses después fue el Golpe Militar del 24 de marzo de 1976. A partir de ese momento, todo se tornó demasiado peligroso. A mi padre en un juzgado le aconsejaron que no buscara más a su hijo porque corría peligro mi vida y la suya, la de mi papá. Nos podían desaparecer a nosotros, solo por esto, porque buscábamos una respuesta. Dónde estaba mi hermano, quiénes se lo llevaron, por qué. Ya pasaron más de 31 años, hace mucho tiempo comprendí que Norberto está muerto, que nunca más lo voy a volver a ver. No se qué hicieron con su cuerpo, por eso, mi hermano es un desaparecido, uno más entre los 30.000 que de manera tan feroz nos arrancó la dictadura militar.
Silvia Palermo
Buenos Aires, Agosto 2007. |
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