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POR NUESTROS COMPAÑEROS MUERTOS EN ENFRENTAMIENTOS, POR LOS SECUESTRADOS Y DESAPARECIDOS, MIENTRAS REALIZABAN EL SERVICIO MILITAR OBLIGATORIO, POR LOS VETERANOS NO RECONOCIDOS, POR UN RECONOCIMIENTO
HISTÓRICO A LOS COMPAÑEROS DE MALVINAS, POR QUIENES SOBREVIVIMOS.


JUEVES 17:00 a 19:00 HORAS-AM 1010 ONDA LATINA


Realizan La Voz de los Colimbas...


Horacio Verstraeten- Gustavo Capra y Ricardo Righi.




Nosotros podríamos ser los Desaparecidos...Testimoniemos...

Nosotros podríamos ser los Desaparecidos...Testimoniemos...


Si cuando hiciste la colimba,
pasaste por situaciones extremas, hacia tu persona o viste gente secuestrada o algún compañero fue secuestrado o asesinado, no sigas sufriendo tu silencio...
"La Voz de los Colimbas" te escucha ponete en contacto y descarga esa mochila, los colimbas también fuimos victimas, nadie te va a entender mejor que otro colimba.
Si no deseas dar tus datos, te comunicas en forma anónima, no hay problemas...
Tu testimonio es confidencial y puede ayudar mucho.

Por correo a: lavozdeloscolimbas@yahoo.com.ar

Por teléfono: 154-091-1192

Ricardo Righi


lunes, 20 de febrero de 2012

Ana Ale**, Compañera del Alma.

Homenaje de La Voz de los Colimbas en un nuevo aniversario de Ana Ale, fallecida el 21 de Febrero del 2005.


Por Pablo Llonto


N.deR. Escrito por Pablo Llonto poco después del deceso de Ana Ale, su compañera.

Ella se había puesto una camisa blanca, amplia y suelta que le iba muy bien a su cuerpo negro. El fue descubriendo la gracia de aquella compañera del diario, periodista como él; delegada gremial, como él y trosca como él y a quien nadie llamaba Ana, sino La Negra y, de pronto, la vio de otro modo. Más bella que nunca.
Ella lo había invitado a cenar a su departamento de dos ambientes. Eran amigos extraños. Que se la pasaban hablando de próximas asambleas de trabajadores, de listas de reclamos a la empresa, de los problemas de los otros y muy pocos de ellos.
Todo debía parecer una deliciosa casualidad. Milanesas y ensalada. Bastaba con oírlos para saber cuanto se respetaban. A las dos de la mañana, justo cuando él agradeció y le dijo que era hora de irse, ella le pidió un minuto. No disimuló nada, y entonces él la miró, y la vio desnudarse.
Al día siguiente, sin Dios y sin papeles, en el diario en el que trabajaban, todos sabían que los delegados sindicales habían decidido vivir juntos y como esposos eternos. Nadie podía imaginarse que hubiera alguien más feliz que ellos.
Parecían esperar un porvenir de cosas imposibles, sin dueños; un porvenir alto, pero alcanzable.  A él, lo que más le gustaba de ella no eran sus encantos de mujer pantera sino que a la hermosura de su cuerpo sumaba la hermosura de su mente. Mientras iba descubriendo el paraíso de sus exuberancias, comprendiendo los gestos de mujer dura y develando los enigmas de una sonrisa de carnaval, la Negra lo amaba y apabullaba con su inteligencia.
Ella tenía pocas obsesiones. Fumar, la más accesible. Ser una mujer libre, la más trascendente.
Buscar la verdad la más costosa.
Ella se lo aclaró de entrada: 'cuando nos casemos, yo seguiré siendo Ana Ale, no seré la señora de nadie'. Él le explico que lo único que le importaba era que estuviesen juntos para siempre, creía en el amor sin fin.
Desde entonces, cada uno de sus pasos junto a él intentó cumplir sus anhelos.
Un día ella tuvo la impresión de que la revolución estaba demasiado lejos y se lo dijo. Para desgracia de ambos, él no pensaba lo mismo y también se lo dijo. Fue a partir de allí que el se esmeró en convencerla, entre cartas y flores rojas, de la vigente posibilidad de un mundo justo. Ella pretendía un poco menos: que la amasen como si no existiese un día más para vivir. Él, en cambio, le decía que veinte abriles, o tal vez treinta, les quedaban por delante.
La felicidad, entonces, no resultó algo cotidiano como en  los primeros tiempos.
La tarde en la que a él no lo dejaron entrar más, las derrotas en cada lugar de trabajo, cada telegrama de despido, cada fracción en la que se dividía al Partido eran la confirmación de que ella tenía razón. Fue sólo la brisa de los hijos la que encendió otros días de goce hasta que la vida, años después, la invitó a caminar como antes.
Se había quebrado el silencio en Clarín y, de las ruinas, emergía la furia juvenil de decenas de periodistas que clamaban 'basta de injusticias', 'basta de despidos'. Su nombre y su apellido y la historia detenida de aquella mujer guerrera parecieron desenterrarse en una desafiante Asamblea en la que una multitud de compañeros volvían a juntarse después de nueve años. Eran otros tiempos; sin embargo ella pidió la palabra y habló como antes.
Ni el odio por el despido de él, ni las traiciones de antiguos militantes nublaron su mente. Nadie dejaba de mirarla, y menos de escucharla. La Negra Ana les estaba enseñando el camino. Pidió elecciones, dijo cómo hacerlas, sugirió a quién debían llamar, qué leyes invocar y explicó hasta el mínimo detalle de la función de un delegado honesto. Luego, como quien se pierde en el humo, se calló.
Un poco con miedo, y otro poco con amor, ella pensó que ese era el momento de los nuevos. Pero los nuevos pidieron por ella. Dudó, consultó, tanteó. El hierro caliente la desafiaba minuto a minuto hasta que el espectro de aquella muchacha luchadora  le susurró un si al oído. Mas de trescientos votos decidieron que ella seria las más votada entre los votados. Ana Ale, secretaria general de la nueva Comisión Interna.
En sus ojos se veía la niña arriesgada, la madre protectora. Ambas estaban felices. La bella locura de eso que se parecía a la primavera la puso de nuevo en el mismo camino que el de la noche de las milanesas y la ensalada. Ella y él se pusieron a reír y las sombras de anteriores desencuentros rodaron rumbo al olvido.
Hasta que otra vez la niebla. Tres meses más tarde, la vil patrona y el vil patrón la echaron, junto a 117.Como si nunca hubiesen aprendido que la felicidad dura poco, ella y él volvieron  a tambalear entre las adversidades.
-¡ Y claro, cómo no iba a tener cáncer de recto, si nos rompieron el culo!
Fue lo único que se le ocurrió decir el día que los médicos confirmaron la primera biopsia.
Ella llevaba unos pocos meses luego de abandonar la pelea por su reincorporación y, en el hospital, él no supo cómo consolarla ante semejante ironía con la que desafiaba la peor de las noticias.
Ella sabia que la vida realmente se terminaba y ni siquiera en aquel momento se asustó. Conocía muy bien que la muerte es un viaje para el que hay que prepararse, sin prisas.
Se aferró al amor, al amor cuestionado y apasionado. Y en esos últimos meses terminaron por conocerse hasta la gloria. Él, que casi no lloraba, le dejaba todas las semanas el pecho lleno de lágrimas a la espera de un milagro de la ciencia. Con el pálido cuerpo ella le reclamaba que tenían que hablar de la muerte y el sólo quería  hablar de la mejor medicina para sobrevivir.
Un domingo, ella le pidió a una amiga que perdiera una noche para convencerlo de que era la hora de abandonar toda esperanza y, a la vez, la misma hora de cumplir sus últimos deseos o escuchar su testamento. Ella, simplemente, quería la pequeñez de las pequeñas cosas y bebió con ganas hasta la última copa de champagne que pudo. Y comió manjares chinos como el  gusto mandaba.
Pidió que una se sus sobrinas le cantara a capella la balada pegajosa  y triste de Rossana.
Escuchó hasta dormirse las canciones de Caetano, las suplicas de Chavela Vargas y los acordes impertinentes de la Marcha Peronista.
La ultima vez, ella lo miró a él como insistiendo en algo en lo que creía: 'quizás en la otra vida podamos hacerlo...'. Él la miró a ella sólo para agradecerle.
A las tres y media de la mañana de un lunes, ella dejó de ser vida.
La rabia del primer día fue la del segundo, y la del tercero y la del cuarto. Le bastaba con cerrar los ojos para verla con el traje rojo que lo enloquecía. Ahora que la mitad de sus días se han ido y también la mitad de sus noches, sólo se sabe que él está en mi casa.
Tan solo y tan triste como yo. Intentando besarla. Intentando besarte, Negra. 

Así se ve el muro de Finocchietto y Tacuari Cap. Federal.




**Ana Ale, periodista valiente y veraz, escritora, nos cuenta sobre los Macri en su libro La Dinastía, delegada gremial del Diario Clarín, elegida por amplia mayoría.