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POR NUESTROS COMPAÑEROS MUERTOS EN ENFRENTAMIENTOS, POR LOS SECUESTRADOS Y DESAPARECIDOS, MIENTRAS REALIZABAN EL SERVICIO MILITAR OBLIGATORIO, POR LOS VETERANOS NO RECONOCIDOS, POR UN RECONOCIMIENTO
HISTÓRICO A LOS COMPAÑEROS DE MALVINAS, POR QUIENES SOBREVIVIMOS.


JUEVES 17:00 a 19:00 HORAS-AM 1010 ONDA LATINA


Realizan La Voz de los Colimbas...


Horacio Verstraeten- Gustavo Capra y Ricardo Righi.




Nosotros podríamos ser los Desaparecidos...Testimoniemos...

Nosotros podríamos ser los Desaparecidos...Testimoniemos...


Si cuando hiciste la colimba,
pasaste por situaciones extremas, hacia tu persona o viste gente secuestrada o algún compañero fue secuestrado o asesinado, no sigas sufriendo tu silencio...
"La Voz de los Colimbas" te escucha ponete en contacto y descarga esa mochila, los colimbas también fuimos victimas, nadie te va a entender mejor que otro colimba.
Si no deseas dar tus datos, te comunicas en forma anónima, no hay problemas...
Tu testimonio es confidencial y puede ayudar mucho.

Por correo a: lavozdeloscolimbas@yahoo.com.ar

Por teléfono: 154-091-1192

Ricardo Righi


martes, 19 de mayo de 2009

En el Nombre de los Padres

Al Jefe de Aquel Escuadrón:

Conozco su nombre, pero nunca antes pude dirigirme a usted. Ignoro si continúa en servicio, pero recuerdo que recibí una carta con su firma hace veinte años. En aquellas líneas leí con esperanza su disposición a comprender que la responsabilidad militar de su función crecía ante la disminución a dieciocho años de la edad de incorporación de nuestros soldados. Porque aquellos jóvenes eran nuestros... ¿o no, capitán? (lo llamo así, porque ignoro su situación actual).

Han pasado veinte años y no he cejado en la búsqueda de mi hijo, su soldado desaparecido. ¿Y usted? ¿Se conformó con hacer un "acta de investigación por deserción" para legalizar la falsedad? Porque mi hijo, capitán, no desertó: fue secuestrado bajo su mando y responsabilidad.

Si usted era inocente debió -lo sabe- agotar sus fuerzas para develar la verdad; pero, en lugar de eso, avaló la mentira, la infamia y el delito con su firma al pie del "acta".

No fue usted el único culpable. Hubo responsables bajo su mando y sobre usted, como el jefe de Regimiento, los comandantes de Zona y Subzona y los tenebrosos miembros de la Inteligencia militar, responsables todos de los centros clandestinos de detención.

La complicidad de tantos jueces les dio -a todos ustedes- una transitoria y ruin tranquilidad, renovada por las leyes y decretos exculpatorios. "Transitoria", capitán, porque en este libro aparece su nombre entre muchos de los responsables del escuadrón perdido.

Presentar a los soldados de este modo permite que cada uno de ellos se convierta en un guerrero en carga hacia la verdad. En cuanto a usted, capitán, también ha entrado en la historia, sí, pero con el estigma de los cobardes, porque cuando juró la bandera y aceptó "defenderla hasta perder la vida", se comprometió a morir por los demás y no a matar indefensos.

A partir de entonces, eso que usted considera su vida se convirtió, en realidad, en una existencia des * honrada, porque no fue capaz de impedir que un soldado suyo fuese secuestrado bajo sus narices y, en cambio, usted se complicó mansamente con los secuestradores.

Si "el honor es el único regalo que un hombre puede hacerse a sí mismo", capitán, usted no tendrá jamás ese placer. No obstante, puede corregir en parte su indignidad: diga qué pasó con mi hijo; por qué, si cometió una falta, no fue juzgado como correspondía.

De mi parte, continuaré con mi lucha civil y desarmada hasta que usted, en sede judicial, deba decir lo que sabe.

Mientras tanto, medite. Hágalo mientras mira a sus hijos. Yo no puedo hacerlo con el mío, aunque lo llevo en la memoria y en el alma. Desde allí tomo fuerzas, capitán, para recorrer la huella de los verdugos hasta llegar a la verdad.

Como soy un hombre esperanzado, y aun utópico, me ilusiono pensando que algún día sonará el timbre de mi casa vacía y será usted, capitán, quien acude para entregarme la verdad.

No sé si podré perdonar; le prometo intentarlo y, también, valorar su coraje tardío ante este padre herido, pero aún entero y sin rendirse.


José Luis D’Andrea Mohr
Buenos Aires, abril de 1998.

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